Bendigo esas manos, de cuyas cicatrices está orgullosa,
en antebrazos de género incierto... Sosiegan mi pulso,
calma, calma, recogen la curva de mi mejilla
en la oscuridad como una oración…
Sus manos dicen entrégate y hacen que parezca seguro.
Me entran como en algo sagrado.
Lleva tiempo aprender la lengua de sus manos
el susurro del “ven aquí”,
o el trajín del “retírate”, mientras mezclan cemento, ponen ladrillos,
introducen argamasa entre las grietas,
acuchillan lo sobrante
hasta que ha construido Jericó
y yo no tengo trompeta…
Yo estoy en la dulce, inquisitiva atadura de sus manos,
orgullosamente vulnerable, deseada, entregada.
Ella hace panes y peces conmigo.
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