chazchazz

donde la lectura si te quitara el sueño. tambien ire subiendo libros de temas afines a nuestros tenebrosos, romanticos o monstruosos gustos jajjaaaa bueno espero tener seguidoras pronto un besito a todas.

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lunes, 10 de enero de 2011

La Presa capitulo III

Hace una semana que llegue a Madrid.
Estoy en la calle de las Aguas, esta en pleno barrio de La Latina, de día la calle no parece la misma, que en mi visión, ha perdido la parte tenebrosa, pero de cualquier modo se me eriza el vello al verme en ella, estoy realmente muerta de miedo, se que un desconocido me va a rajar el cuello y eso no ayuda a mi estado de animo.
Es una calle estrecha con una licorería y poco mas, huele a orines y pobreza, casi al final de la calle veo un sucio cartel, “La Jungla”. Una puerta de metal, sucia de polvo y llena de pintadas bastante obscenas, me gustaría entrar pero no se a que hora abrirán, si suponemos que es un bar de copas, supongo que al anochecer, pero como aun no controlo el ritmo de la capital, todo lo que piense es pura especulación.
Me decido, son las 5:30 de la tarde, el cielo esta encapotado, poca gente caminando por las calles, el viento sigue helado, y trae olores de cocido, café y cerveza. Se escapan las voces melosas, de los actores de alguna telenovela,  vienen planeando desde un balcón muy viejo, casi en ruinas,  adornado con tristes geranios, amarillentos y con las hojas cubiertas de polvo.
Es muy temprano, mañana volveré mas tarde, de todas maneras el apartamento de Claudia esta bastante cerca, solo tengo que tomar hacia Tirso de Molina, luego viene, Anton Martin, y en una pequeña travesía sobre un café árabe tengo mi eventual o último hogar.
Voy andando por un oscuro callejón, es de noche cae una lluvia lenta, que resbalaba por mi chaqueta de cuero, voy rodeando metódicamente los charcos que salpican el sucio suelo, a veces tengo que dar grandes rodeos , una rata gris de larga cola rosada, chorreante de agua de lluvia, me miro solo por un instante y se metió de cabeza en un cubo de basura amarillo, sucio y grasiento. Despedía un olor fétido de verduras podridas y de restos de pollo, también hay varias  servilletas arrugadas y manchadas por restos de salsa de ostras o tal vez sea salsa agridulce. Estoy en la acera justo al lado de la puerta de algún restaurante, supongo que asiático o eso me parece en mi visión.
 Sigo caminando, de vez en cuando vuelvo la cabeza hacia atrás, pero no hay nadie, pero creo mas bien  intuyo que de vez en cuando una sombra larga y muy estrecha me acecha, desde las zonas mas oscuras.  Ahora cambio el paso casi corro, cruzo varias calles muy parecidas unas a otras, feos edificios descoloridos, con portales oscuros e  idénticos.
Algunas bolsas de basura estan fuera de los basureros y tres perros  escuálidos estan esparciendo los desperdicios, del interior de las bolsas por toda la calle, son perros huérfanos, casi sombras famélicas que gruñen disputándose  una piel o un cuello de gallina, correosa y húmeda de lluvia gris y cansina, tienen el pelaje carcomido por la enfermedad, se les ven  las costillas debido al hambre, aquí se respira la autentica pobreza y no me refiero solo a lo material, es también la pobreza  del desamor, de la alegría, es la pobreza total y absoluta.

Mas suciedad, papeles, colillas y alguna lata de cerveza vaciá, se amontonan junto a las alcantarillas son restos de un naufragio sin supervivientes, ni ahogados.
Ahora creo que de verdad alguien me sigue, llego a una acera rota y gastada, por el roce de miles de pies que a diario arrastraban por ellas su vida, su miseria, alcohólicos, drogadictos, putas desengañadas de todo y de todos, niños mocosos ya marcados desde su misero nacimiento, han llegado a la vida carentes de esperanza y futuro.

Una farola emite tristes reflejos, sobre un enorme charco, del color del café capuccino.

Me paro, consulto el reloj, aprovechando la raquítica luminiscencia de la mortecina bombilla, meto una mano enguantada en cuero negro en el bolsillo derecho de la cazadora, estoy  satisfecha de lo que hay en su interior, me subo el cuello de la cazadora, hasta cubrirme practicante las orejas pálidas y puntiagudas en extremo, son casi ridículas de lo pequeñas que son.
Mi paso se vuelve mas lento, felino, soy un depredador y se de inmediato que esta noche como quizás otras muchas, alguien sera mi presa.
No sentí miedo, solo un leve temblor de anticipación en todo mi cuerpo ahora translucido, mire una de mis manos y a través de ella vi el sucio suelo.

Una mujer mayor, casi obesa con un abrigo de imitación, leopardo anaranjado, salia de un local oscuro, iluminado someramente con un cartel de neón fosforescente, que rezaba “La Jungla” ( me pareció muy adecuado que de La Jungla saliera una hembra de leopardo sintético) Se sostenía precariamente, sobre zapatos de charol negro, con altísimos tacones de aguja.
Entonces ella movió, como a cámara lenta sus manos, sus gordezuelos dedos,despedían reflejos de oro, era una despedida algo exagerada, sus manos parecían imitar los aleteos previos al vuelo de...
¿Un ave- leopardo?  
Quizás las mujeres- leopardo, así acostumbran a hacerlo.

-Hasta mañana Puri-

Una voz ronca, aunque distinguí que era femenina, le contesto desde el interior del local, no pude entender nada, inmediatamente la puerta se cerro en sus narices.
La mujer-leopardo caminaba  haciendo eses, que se escoraban hacia babor y luego hacia estribor, en uno de esos movimientos de ballenero, vi su rostro, estaba ajado, estragado, tenia la piel tosca marchita, sin color, grandes ojeras hinchadas, bajo unos ojos soñolientos de un verde pálido y triste, el rimmel  se había corrido por el humo y el sudor, lo que le daba la apariencia de tener pestañas de tamaño imposible, era una mujer-leopardo con pestañas de jirafa.

La boca era una raja escarlata que cruzaba la cara y se curvaba hacia abajo en sus bordes, parecía estar bastante concentrada, en mantenerse sobre los zapatos de tacón de aguja altisimos y por eso no vio la navaja que cruzo con un suspiro de horror, el frió aire.
La mujer ni siquiera chillo, cayo desmadejada. 
Movió un par de veces de forma convulsiva los zapatos imposibles, casi sin tocar el suelo  de su boca brotaba sangre a borbotones los pulmones recibían sangre en lugar de oxigeno me miro solo un segundo, casi no le dio tiempo de preguntarme con los ojos ¿Porque?¿ Porque a ella?
Tenia miedo, supo que se moría, y yo no tenia las respuesta
a sus preguntas ( aunque puede que si, nunca estoy segura de casi nada) sus ojos ahora estaban turbios,  ciegos.
Se quedo muy quieta con las manos como garfios, apretándose la garganta, estaba grotescamente despatarrada sobre un gran charco de sangre muy cerca había un periódico arrugado y una pequeña jeringuilla.
Su pelo rubio de oropel, se esparció sobre el  gran charco de sangre casi negra, que en pocos segundos lo cubrió todo, después fue bajando  por su vestido, llego hasta  las piernas cortas, blancas, sin forma y cubrió de rojo, el negro charol de sus zapatos de equilibrista.

La mujer-leopardo, ahora estaba muerta, respire los efluvios calientes de la sangre y del perfume almizclado que la mujer- leopardo  había usado, quede fascinada, era un olor dulce y a la vez agrio ese olor me trajo algunos malos recuerdos.
Con  movimientos rápidos y precisos, saque un fino pañuelo de gasa del bolsillo interior de mi cazadora, lo pase por el rostro manchado de rimmel y luego envolví la navaja con él, sin tomar en cuenta la sangre que aun goteaba y teñía rapidamente el pañuelo,  ahora era prácticamente rojo.
Me sentí muy cansada, me entraron ganas de gritar, de advertir a los vecinos que dormían ajenos al horror que tenían frente a sus ventanas, desconocedores del crimen que en la mañana seria la sensación del barrio, y que yo acababa de cometer, de repente no había calles  ni mujer leopardo.

Quería volver a mi silla de espuma de mar, los enormes ojos almendrados parecían pedir disculpas por el horror que me había hecho ver.
¿Pero cuando sera esto?
¿O ya ha sido?
¿No podría pararlo? ¿hacer que no sucediera? ¿desviar al depredador que hay en mi, de la  ruta del mal?

Tengo que avisar a la policía.

¡Tengo que impedirlo! (tengo que amordazar a esta tonta,  que quiere arruinar mi vida)
En mi mente ( la pequeña parte de mi, que alguna vez vez fue una niña buena con coletas, anudadas con lazos grises) no puede aceptar que me aleje sin problemas, de mi cita con la muerte, no quiere comprender ni admitir el placer que me proporcionan estas mujeres.




Me sentí desosegada algo mareada, triste muy triste por la muerta y también por todos aquellos desgraciados que malvivían en aquel miserable barrio, pero también sentía dolor, por mi misma, me auto compadecí largamente, por cometer  ese horrendo crimen sin sentido, pero también sentí que la ira  que me provocaba yo  misma, ya calmada se iba disolviendo, el placer que había obtenido al cortar la yugular y ver correr la sangre, era mayor que mi pena por la muerta, estaba  casi eufórica y renovada, pero no todo era perfecto, mi otro yo me estaba acosando, quise dejar de hurgar en mi interior, era tan doloroso que sentí que era mi sangre la que iba formando un charco junto a la mujer-leopardo, era yo la  que ahora estaba muerta.

Solo fueron unos segundos, pero me bastaron para comprender el miedo, la sorpresa del corte frió de la hoja de la navaja, la laxitud en las articulaciones y el golpe seco al caer en la sucia calleja.
Entonces vi que no había tomado nada de valor de la mujer-leopardo, casi nunca lo hacia (ahora era una muñeca rota, cubierta de ketchup, eso le convenía a la otra) solo había pasado un fino pañuelo de gasa blanca sobre los ríos negros, que se escurrían de los ojos aun abiertos de la  mujer muerta.

Añoraba mi manzana abstracta y mi lecho de nubes sin cremalleras.
De repente no había calles, ni asesino, ni mujer-muñeca- leopardo, al fin estaba en mi silla de espuma de mar y mis  enormes ojos almendrados  se reflejaban en el espejo que ahora era el charco de sangre.

Aquellos ojos  me decían que me tranquilizara.

Con mi regreso, el frío había desaparecido y con él la podredumbre, el odio y la desesperanza de todas las almas perdidas que había sentido bullir tras las ventanas sin cortinas, los sofás plásticos, las letrinas compartidas, quizás una por piso o por cada dos o tres inquilinos, mocos, sangría barata y tabaco rubio.
Ella asentía al ritmo de mis pensamientos, me leía la mente aunque no era simplemente eso, ella estaba en mi mente, aquí conmigo, compartiendo mi pena, mi horror y mi espacio.
La voz-no voz ahora casi susurrando, trataba de infundirme fuerzas  y darle cuerda al minutero de mi corazón.



David García Madeiro, es gallego, pero vive y trabajaba en Madrid, es inspector jefe de la Policía Nacional, (es el jefe de M.I.P.) sección de homicidios, en el distrito central, siempre iba a la moda,bien afeitado, mantenía en buen estado varias maquinillas de afeitar con sus correspondientes recambios, en un cajón de la mesa de la oficina, por algún motivo que era un misterio aun sin resolver para sus compañeros y amigos, su perfume siempre olía mejor en su piel que en la  de los demás.
Jamás llegó  desaliñado, el pelo largo siempre recogido en una coleta de rizos rebeldes que no se atrevía a cortar, su carácter era la única cosa que no le  ayudaba, era tímido y callado, nada podía ser peor para su profesión.

Fue el primero de su promoción y había subido como la espuma del buen cava del Penedés.
A pesar de estos inconvenientes, la vida le sonríe,  mostrándole frente al espejo unos dientes mas blancos que los de los anuncios de colgate,  los ojos tienen algo triste, misterioso, indefinible que hace que uno  se sienta subyugado cuando posa con delicadeza su mirada sobre alguien.


Tenia las piernas entumecidas, por llevar casi cuatro horas corrigiendo los informes, que se le habían acumulado sobre el escritorio.
El fin de semana había sido muy ajetreado, dos peleas callejeras con el saldo de un muerto quinceañero, roquero y de derechas,
Tres robos con intimidación, en sendos chalets de la sierra, quince detenidos por alteración del orden en el centro de Madrid, iban pasadísimos de calimocho y canutos, por último la noche anterior ya de madrugada una mujer aún sin nombre había sido degollada en la calle de Las Aguas, entre un restaurante chino y un local de copas, de reputación pésima y según le acababa de informar Rebollo, ahí se servían los cócteles mas tóxicos de este lado del manzanares y posiblemente del otro también.

La mujer muerta llevaba un abrigo de leopardo sintético, según observo el teniente García, mientras se restregaba las manos azuladas, ateridas de frió, llevaba mas de una hora en la intemperie, frente al local donde trabajaba la mujer asesinada y si el viento en la noche soplo con ganas, al amanecer corrían rachas que ya habían alcanzado los 100/kh. Los compañeros de la policía cientifica  ya habían terminado su trabajo, habían tapado el cuerpo después de tomar las muestras pertinentes y  la habían fotografiado desde distintos ángulos, como se hacia en estos casos, ahora solo quedaba esperar  la orden de levantamiento del cadáver.

En la autopsia se sabría con certeza, la causa de la muerte, la hora y cualquier otro dato de interés, aunque estaba clarísimo que la muerte se produjo por el enorme corte, que iba de oreja a oreja y que a la fuerza había seccionado la yugular y había producido el desangramiento de la pobre mujer.

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