Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis Borges (1899-1986)
La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria.
Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad.
Joseph Conrad (1857-1924)
Las conversaciones entre algunos de los personajes de mi historia, así como algunas de las situaciones son ficticias, es lógico que así sea, yo no puedo estar en dos sitios a la vez.
Eso si, se ajustan a lo que imagino que realmente sucedió, o por lo menos creo que me he acercado mucho.
Mi psiquiatra me ha ayudado a conseguirlo y desde aquí le doy un millón de gracias, ella pasó innumerables horas hablando con los policías que condujeron el caso. Consulto los periódicos, vio todos los programas de tv e internet, no olvido a ningún medio de comunicación, que en aquellas fechas se interesaron por lo que fue la noticia mas comentada por todo el país, en meses...
Creo que seria mas fácil, si empezara por el principio, pero ponerle fecha lo hace mas real, mas aterrador, así que no lo voy a hacer.
El pasado es un espacio tridimensional, que no puedo delimitar, ni aun juntando todas las miles de esquivas piezas del recuerdo, que fluyen errantes y escurridizas, en los remolinos y vericuetos de mi mente.
Quisiera poder agruparlas, embotellarlas en hermosas botellas, largas, estilizadas, de boca estrecha, con diminutos y puntiagudos corchos de vivos colores.
Para tenerlas siempre a mano y escanciarlas, con mesura en finas copas, listas para beberlas y saborearlas a su debido tiempo.
En el lugar que yo eligiera, para cada ceremonia de libación de recuerdos.
Yo era una niña medianamente inteligente, ni alta, ni baja, mediocre y gris, como los lazos que usaba mi madre, para anudarme las dos coletas raquíticas, que me crecían sobre las orejas y que eran como palmeras resecas y moribundas, siempre inclinadas hacía el suelo.
Era una niña enlutada permanentemente, aún antes de que muriera mi padre, y por supuesto mucho antes de llegar a esta habitación acolchada.
Ahora soy neurótica, depresiva-compulsiva, con tendencias suicidas, tímida y poco sociable.
Aquel día el viento había arreciado mas de lo normal, para ser bien entrado el mes de julio.
Era un viento húmedo y cálido, que me agarro de la falda y pareció querer llevarme con él.
Había quedado con mi prima Claudia, íbamos a jugar con sus barbies. Tenia una pelirroja fantástica, elegante y con una increíble cintura de avispa, seguro que era esa la que ella elegiría, a mi siempre me tocaba la rubia, que tenia el pelo como una bola de algodón de azúcar amarillo, los ojos se le habían casi borrado, por el uso diario y me miraba con los ojos blancos, de una anciana ciega.
Me daban escalofrios.
Solía agotar mis escasas fuerzas, intentando alisar aquel horrible pelo, con un cepillito azul, de plástico, que en previsión de lo que le iba a ocurrir en el pelo a la muñeca, ya vino con ella de fabrica.
Claudia estaba sentada en el suelo, parapetada de tras de uno de los bancos, allí lograba evitar que el viento se la llevara, a ella y a sus dos muñecas.
La falda del vestido azul cielo, que llevaba ese día, se le arremolinaba sobre las huesudas rodillas, demasiado grandes para sus esqueléticas piernas.
¡Hola María!
Agitó la muñeca pelirroja sobre su cabeza, a modo de saludo, la otra ( la rubia, la ciega ) estaba grotescamente despatarrada sobre el cemento, como si esperara pacientemente su entierro.
Quizás aquel pensamiento repentino sobre la muñeca, fue una especie de aviso, de lo que iba a suceder pocas horas después...
Aquel terrible día.
La conmoción que ese luctuoso suceso me produjo y que aún aletea en mi mente, es como un gran pájaro negro, que me vigila y amenaza con devorarme, si bajo la guardia. Ese temor me mantiene perpetuamente alerta y me ha quitado la poca alegría que alguna vez pude tener.
Pase la tarde envidiando a Claudia, por tener una madre que la cuidaba y le había comprado la muñeca pelirroja.
Pero como yo no tenia ninguna barbie, para intercambiar con mi prima, tenia que conformarme con la muñeca muerta, la mire y la vi deshaciéndose lentamente, ahora era algo de aspecto muy semejante al puré de guisantes, que yo odiaba con todas mis fuerzas y que mi madre me obligaba a comer demasiado a menudo.
La muñeca a pesar de que se iba disolviendo y adquiría una tonalidad verde, realmente repulsiva, estaba muy quieta, como resignada, ante lo inevitable.
Tenía el estropajoso pelo, bien arrebujado en torno a la diminuta cabeza ciega, dentro de su ataúd .
Puedo decir que disfrute con esas imágenes, de verdad deseaba que la muñeca desapareciera, así tal vez, solo tal vez, pudiera jugar algún día con la hermosa muñeca pelirroja.
De repente, el viento pareció enloquecer, quería robarnos a la barbie pelirroja, Claudia luchaba por mantenerla en su mano, pero tuvo que recurrir a las dos, para no quedarse sin ella.
¡Vamos Maria, mi mama se enfadara si llego tarde!
Ese era siempre el motivo, que esgrimía Claudia cuando ya no le apetecía seguir jugando.
Hice ver que estaba de acuerdo, a mi por supuesto, no me apetecía regresar al frío y triste dormitorio, que compartía con una rata albina.
En la casa siempre gélida, que mi madre vestía a diario de opresiva agonía.
Me levante, no sin esfuerzo, las piernas se me habían dormido, llevábamos varias horas sentadas en el mismo pedazo de cemento, surcado de grietas por las que se circulaban, enormes hormigas negras, al abrigo del viento.
Mi vestido azul marino, de formas rectas, se abombaba con el aire, que me subía a ráfagas calientes y húmedas, bajo la falda, esta se fue hinchando exageradamente, ahora yo era un enorme globo, a punto de elevarme sobre Claudia, la plaza y el pueblo. Saboree la idea solo unos segundos, desperté de golpe de mi visión, Claudia no podía recoger sola los accesorios de las dos muñecas, me agache para ayudarla, mientras mis dos delgaduchas coletas me azotaban el rostro, sin compasión.
Claudia no conseguía mantenerse en pie, recoger las muñecas y los accesorios, sin salir volando. Nos agarramos como pudimos al respaldo del banco, el viento ululaba con saña entre las callejas.
Pensé que no podríamos llegar a casa, Claudia tenia cara de velocidad, con los carrillos hinchados y la boca abierta y estirada como si tuviera los labios de goma y fuera a 100km/h cuesta a bajo, en la Vespino de Emeterio, el sacristán.
A mi me entro la risa boba, al ver su expresión, a ella no le hizo ninguna gracia y me lanzo una mirada de niña ofendida, no podía dejar de reírme.
La situación se complicaba para mi, en ese momento me di cuenta, de que me iba a hacer pipí encima.
Si no paraba de reírme.
Ahora fue Claudia, quien empezó a reírse de mi, su risa fresca y casi de bebe, dio un nuevo empuje a mi risa histérica, acentuando peligrosamente mi precaria situación. Crucé las piernas lo que casi me hizo caer de rodillas al suelo, arañe con las uñas la fría lapida que hacia de respaldo del banco, en mi intento por mantenerme en pie, mientras tanto, Claudia no estaba en mejor situación que yo, no se hacía pipí, pero... tenia una mano, ocupada en sostener la bolsa de plástico, que contenía las muñecas, por lo que intentaba sostenerse agarrando con su pequeña mano pálida, el lomo del banco, la bolsa se inflaba igual que mi vestido y el empuje del viento, la alzaba sobre nuestras cabezas.
Esa fue la última vez, que reí feliz y sin preocupaciones, como solo podía hacerlo una niña.
Ajena a lo que le iba a suceder a partir de ese día.
Estaba asistiendo, al diario ritual del ocaso del sol y el renacer de la luna.
A lo lejos, los picos nevados de las azuladas montañas, reflectaban los últimos rayos del agonizante sol.
Un gorrión se interpuso, durante unos segundos, entre mis ojos y el sol, venia volando de oeste a este y su pequeña silueta, parecía una sombra chinesca, sobre el azul del cielo.
A esta hora, una extraña quietud cubría todo el espacio que me rodeaba, al frente las montañas, a mi espalda el bosque oscuro , denso. Los abedules, se erguían enormes, sus troncos ahora eran negros y se elevaban rectos hacia el cielo.
Ni un soplo de aire, ni el mas ligero movimiento de una hoja, de las miles que cubrían la fría y húmeda tierra, a mi alrededor, mancillaban el silencio absoluto... y entonces sentí miedo, un miedo extraño y opresivo, subir desde la boca del estomago, hasta mi garganta, note como nunca antes la había sentido, la soledad.
El viento había desaparecido, de forma súbita, sin transición aparente.
Mire hacia lo mas profundo, entre los oscuros arboles, pretendiendo poder vislumbrar, algo esquivo, salvaje, acechando en la penumbra, que ya empezaba, a tomar entera posesión, de los caminos que yo conocía, casi de memoria y que sinuosamente, giraban y se enroscaban en dirección al pueblo, el de la derecha. Hacia el río y mi casa, el que empezaba a mi izquierda, justo donde mis pies seguían parados, inmóviles pero intranquilos.
Ya se, que era una idiotez, tener miedo a lo que pudiera estar aguardándome, si seguía caminando, pero si bien no tenia miedo a la muerte. Aún, no sabia muy bien, lo que esa palabra significaba, era un concepto demasiado complejo y lejano, según mi escasa experiencia de la vida.
Algún vestigio, de atávico sentido de supervivencia, había impedido, que hasta ese momento, aun no hubiera aventurado mis pasos, mas allá de el limite, de las sendas que se internaban en el bosque.
Tome conciencia de mi insignificante persona. Respire profundamente y adelante tímidamente un pie y luego otro, hasta que mi mano, rozo el tronco del mas cercano de los abedules, su tacto húmedo y frió me hizo recordar las algas marinas y el vientre de algún cetáceo gigante.
Mis pies no quisieron dar un paso mas, mi mente de modo totalmente autónomo y fuera de mi poder, me impedía seguir hacia adelante.
El bosque me llamaba.
Me acerque a los abedules, llegue a convencerme de la falta de motivos racionales, que impidieran que me adentrara en el bosque.
Solo algunas nubes altas y espumosas, salpicaban de trecho en trecho el azul, ahora purpureo del cielo.
Hacia frió, de repente la temperatura había descendido mucho, un vaho caliente, salia de entre mis resecos labios, apreté el fino vestido contra mi cuerpo y empece a caminar de forma resuelta por el sendero, que cruzando el bosque debería desembocar en mi misera casa, pero...
Tenia que tener la fuerza necesaria, para poder hacerlo.
Tenia prohibido acercarme al bosque y ya no hablemos de cruzarlo, si mi madre me pillaba, serian semanas de encierro. Quizás por eso, iba a hacerlo, cualquier cosa que a mi madre le molestara, o exarcerbara, seria de seguro bueno para mi, había descubierto por mis propios medios, que mamá me odiaba a mi tanto, como odiaba a todos los demás niños, gatos, perros o pájaros.
Retire de un manotazo, el pelo que invariablemente me caía sobre el ojo derecho y me adentre por la oscura senda, creció la confianza en mi misma, mis pasos parecían resueltos y pisaba con fuerza, sobre la alfombra rojiza de hojarasca, que crujía bajo mis zapatillas gastadas. Ni un susurro aparte de ese sonido, me llegaba desde el lóbrego interior del bosque.
Los troncos de los abedules, estaban cubiertos de hongos y líquenes oscuros, de aspecto pétreo, mire hacia sus copas y no pude ver ni un retal de cielo. Allí la humedad y el frió ocupaban todo el espacio, ni una ligera brisa alteraba la total inmovilidad de las hojas, que pendían sobre mi cabeza.
Las ramas apuntaban a lo alto y de ellas pendían lianas del color de la sangre seca, algunas se hundían en el duro suelo, otras permanecían colgadas como de la nada.
Cientos de imágenes sangrientas empezaron a cruzar por mi cabeza, me las sacudí, como minutos antes había hecho con mi pelo.
Respire hondo y seguí caminando.
Llevaría andando no mas de diez minutos, cuando me di cuenta de que no había pájaros, era extraño, ya que en el claro abundaban, gire dando una vuelta lenta, enfocando mis ojos hacia la alta negrura y no pude notar ni un aleteo, ni ningún movimiento, entre las ramas.
Un escalofrió me sacudió.
La senda se acabo justo ante un abedul, tan ancho que ni cuatro personas de mayor tamaño que el mio ( que era mas bien poco) podrían haberlo rodeado con sus abrazos.
Me quede allí parada, mirando los líquenes y los hongos rugosos que casi podía alcanzar estirando mis brazos, lo intente, pero no pude llegar, incluso pegue algún saltito ridículo y sin pensarlo, mire a mi alrededor, por si alguien estaba mirandome, por supuesto no había nadie ni nada, solo el frió, ahora helado y el silencio.
Una hoja que cayo, rozándome la cara, me hizo dar un gran brinco, el corazón empezó a latir desordenadamente y algo parecido a una zarpa, me apretó el estomago, el dolor me hizo encogerme y empece a tiritar de frió, metí las manos en los bolsillos. Me reí de mi misma, una especie de quejido, que quiso ser una carcajada, lamentable, falsa.
Sabia que aun era de día allá afuera, en el claro, pero aquí me era imposible calcular la hora, llevaba ya tiempo caminando y temí no poder salir antes de que anocheciera, eso seria lo peor que pudiera sucederme.
Ahora estaba casi segura, que ya tendría que haber llegado a mi casa, pero la senda continuaba, hasta donde mi vista alcanzaba, que de cualquier modo no era mucho en la penumbra.
Empece a temer lo peor y...
¿Si me había perdido?
Y ¿si tenia que pasar allí la noche?
¿Porque tenia que demostrarme siempre a mi misma, que yo podía hacer cosas que otra niña como yo, no hubiera siquiera pensado en planteárselo ni una sola vez?
Y mucho menos llevarlo a cabo.
Yo sabia la respuesta.
Valía tan poco para mi madre y era tan invisible para mi padre, que si no me demostraba día a día, que seguía con vida, llevando a cabo actos arriesgados y hasta de incipiente locura. Como cuando recorrí el pueblo, caminando sobre los tejados, sin poner ni un pie en el suelo.
Desaparecería.
Me detuve y mire a ver si podía ver algo, mas allá de los arboles, nada, no había nada, mas que arboles y lianas, que cada vez se parecían mas a dedos esqueléticos que apuntaban hacia bajo. Bueno por lo menos no era hacia mi, eso casi me reconforto algo. Saque un pedazito medio derretido de chocolate, de mi bolsillo izquierdo y lo devore en segundos. El envoltorio, como yo era educada y con alta conciencia cívica, me lo volví a guardar en el mismo bolsillo (a base de latigazos con la vara de fresno, mi madre me había inculcado tan buenas aptitudes ciudadanas.)
El chocolate me dio fuerzas y me animo ligeramente, pero no lo suficiente para descartar todo el miedo, que empezaba a tomar posesión de mi mente y de mi cuerpo.
A pesar del frió, yo estaba sudando, cuanto mas andaba mas perdida me sentía.
La oscuridad empezó a crecer, ahora ya no podía distinguir ni mi mano frente a mi rostro. Pensé que solo a tientas podría seguir caminando. Iba rozando con la punta de los dedos los troncos fríos y resbaladizos de los abedules, para no chocar con ellos.
Tenia miedo, mucho miedo.
Podía oír, el latido cada vez mas rápido de mi corazón, PON...PON...PON... PON...
En la enorme soledad y sofocante silencio del bosque.
Ya no podía mas, sentía entumecidos los músculos de mis pantorrillas, el aire parecía estancado olía a podredumbre, a algo muerto y en descomposición.
No podía dejar de imaginar, que las lianas cobrarían vida e intentarían rodearme y estrangularme como si fueran serpientes pitones.
Sentía estallar mis costillas, un dolor insidioso se instalo en mi costado derecho y empece a tener nauseas.
Me deje resbalar apoyada en un tronco y quede sentada sobre el húmedo suelo, aquí el aire era aun mas espeso y podrido, me costaba respirar, las nauseas hicieron estremecer mi debilitado cuerpo .
Intente vomitar pero nada salio, contuve un sollozo, que sonó como el chirrido de una vara de metal arañando el asfalto.
Esa ausencia total de cualquier tipo de sonido, me estaba empezando a descomponer los intestinos y los nervios.
Cuando mas aterrorizada creía estar, cuando pensaba en que ya no podía estar peor...
Ocurrió.
Algo se estaba moviendo lentamente, entre la nada negra a mi espalda, no podía verlo, pero lo presentía, notaba la pequeña corriente de aire que desplazaba en su lento movimiento, quería parar los latidos de mi corazón, para que no delataran mi presencia, quise hacerme un ovillo, ser invisible. No moví ni un musculo, casi no respiraba, sentía latir cada una de mis venas, las de las sienes parecían querer estallar, bajo la presión del terror puro que me dominaba, el corazón latiendo mas y mas rápido.
Ahora ya no podía distinguir los cambios en el aire que me envolvía, la quietud había vuelto, parecía que fuera lo que fuera, lo que rondaba entre los abedules, había pasado de largo sin sentir mi presencia, conté a cien, antes de respirar nuevamente, mis pulmones empezaron a llenarse y vaciarse acompasadamente.
No me atrevía a moverme, me quedaría aquí toda la noche, sabiendo que no podría dormir, tantee el suelo a mi alrededor, solo había hojas y alguna piedra cubierta de liquen resbaladizo, en poco mas de un metro, que era a lo máximo a lo que me aventuraba a arriesgarme, estirándome a mi alrededor.
Busque una piedra de buen tamaño y la apreté con fuerza, eso me infundio algo de esperanza, si algo o alguien me atacaba, podría defenderme. Se que era una estupidez, pensar que una simple piedra del tamaño de una pelota de tenis, me protegería de lo fuera que estuviera acechando en la fría noche, pero en aquel momento necesitaba darme fuerzas y aquella piedra era lo único que tenia.
Allí no había luna, ni estrellas, era la mas absoluta nada, negra, monocroma, sin vida.
Algo indefinible lleno la oquedad de la nada, era un olor envolvente dulce y a la vez agrio.
Me resultó grotescamente familiar.
¡ERAN LOS OJOS DE MI MADRE!
¡El odio era enorme!
¡casi tan alto como los árboles!
No podía respirar, yo era toda corazón latiendo freneticamente.
¡Estaba atrapada!
Ella ocupaba todo el espacio a mi alrededor.
Vi pasar mi vida en un segundo eterno y supe que nada, ni nadie podría salvarme...
¡Eran las enormes garras, de mi mamá...!